Sábado 10:00 de la mañana, el despertador empezó a sonar con Bumping, la habitación estaba
oscura. La larga mano del Cheetos se deslizó de entre las sábanas buscando el móvil. La música
dejó de sonar.
El Cheetos se vistió y bajó al piso de abajo donde estaba su madre preparando el desayuno.
-“¿Buenos días hijo, que quieres de desayunar?”. Dijo su madre.
-“ Ponme un buen tazón de leche con cacao, que tengo prisa, que he quedao con el Perry.” Le
contestó El Cheetos.
El Cheetos desayunó a toda prisa mientras su madre le miraba con mala cara, El Perry no era
una buena compañía para su hijo.
El Cheetos era el cocinero de la mejor burundanga de la zona de La Rioja Alta, y me atrevería a
decir incluso de toda La Rioja. Desde su casa de Torrecilla sobre Alesanco distribuía a su peculiar
red de distribuidores no legales, esa mañana había quedado con El Perry, colega suyo de Santo
Domingo, que le movía muy bien el material.
Salía rápidamente de casa, mientras su madre, su viuda madre le echaba el típico sermón de
todas la mañanas sobre la responsabilidad y lo que iba a hacer son su vida, el hecho de que ese
día era sábado tampoco cambio el argumento del discursito.
Se sacó la llave del bolsillo izquierdo de la cazadora y con ella abrió el maletero de su Ford
Mustang, mientras pudiese llevar dinero a casa su madre no tenia de que preocuparse.
-“Cojonudo, lista para triunfar”. Dijo El Cheetos mientras cerraba de golpe el maletero y se
aseguraba de que estaba toda la burundanga en botellas en el maletero.
Arrancó su flamante bólido y se dispuso a atravesar el pueblo dirección a Alesanco. Alesanco era
un pueblo más grande que el suyo, pero quedaba muy cerca y era un buen punto de negocio
debido al gran turismo que había crecido allí gracias a la burbuja inmobiliaria.
Había quedado a las 10:30 en el canal de riego que cruzaba la carretera que bajaba hasta
Alesanco. Ya llegaba tarde, los sábados siempre le costaba levantarse de la cama un huevo.
Atravesó la primera curva derrapando, y a lo lejos ya vio el coche del Perry aparcado en el arcén,
le estaba esperando.
Llegó y detuvo su Ford Mustang al lado del Seat León rosa del Perry. No se le veía por ningún
lado.
-“Seguro que está durmiendo dentro el muy cabrón”. Pensó El Cheetos.
Pito y nadie se movió, asi que El Cheetos se bajó del coche.
-“ Eh puto Perry que chorras haces, tienes resa…”. Estaba diciendo El Cheetos hasta que lo vio.
Las bambas del Perry sobresalían por detrás de la rueda trasera del Seat León, el Perry estaba
tumbado en el suelo con un blancón de la ostia. El Cheetos se acercó y le dio dos tortazos a ver
si reaccionaba. El Perry no se movió, no tenía pulso, no tenía vida.
-“ Joder, está tieso, le ha dado una puta sobredosis”. Dijo El Cheetos mientras cogía una pequeña
bolsa con una sustancia rosa, parecía coca o algo parecido, pero ese color rosa nunca lo había
visto.
Cogió su IPhone y marco el número de la policía:
-“Rápido, vengan a la carretera de Torrecilla, junto al canal, desde Alesanco. Hay un tío con sobre
dosis junto a un Seat León rosa, vengan rápido con un ambulancia, joder”. Chilló nervioso el
Cheetos a la operadora.
-“ Perdone, más despacio, y ¿quién es usted?, Quien es el afectado?” Le pregunto la
interlocutora.
-“Tu puta madre, zorra, date prisa”. El Cheetos colgó.
Recogió la bolsita con la enigmática sustancia rosa, y se marchó a toda ostia hacia el coche. El
coche del Cheetos pego un gran acelerón y se dirigió hacia Torrecilla con toda la Burundanga en
el maletero. Había perdido a uno de sus mayores distribuidores y a un colega, pero pensaba
averiguar por todos los medios que cojones era esa sustancia que le había provocado la
sobredosis al Perry, El Perry había sido asesinado.
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