lunes, 9 de junio de 2014

CAPÍTULO 25


El Inspector Aniceto estaba sentado en una silla de aluminio y plástico en una sala del cuartel de
la Guardia Civil de Alesanco. Eran las 9 de la mañana y se encontraba pensativo. El día anterior
había ido a casa del Cheetos en Torrecilla, el pequeño pueblo cerca de Alesanco donde vivía el
ya fallecido criminal con su madre. La madre estaba muy desconsolada y apenada, había perdido
al único hijo que tenía. Aniceto la había interrogado durante más de hora y media, pero la pobre
mujer poco sabia, solamente se lamentaba de no haber estado más encima de su hijo y de la
pérdida de este. Los guardias civiles que acompañaban a Aniceto registraron la casa de arriba
abajo y solo encontraron pequeñas dosis de burundanga y una pequeña papelina con Haricotiza.
La madre dijo no saber nada de los chanchullos de su hijo, sabía que hacia cosas ilegales, pero
como Cheetos no le pedía dinero a su madre, su madre hacia oídos sordos. A la madre le daba
igual en que estuviese metido el hijo con tal de que se supiese cuidar. Pero al parecer estaba
equivocada. Después del interrogatorio cogieron las drogas que encontraron y el ordenador
portátil del Cheetos. El ordenador era un Toshiba último modelo, un ordenador portátil de los
caros. Y claro, tenía contraseña. En esos instantes mientras Aniceto reflexionaba en el cuartel,
el ordenador lo tenía la policía científica en Logroño intentando entrar en él.
Entonces entró Pelé en la sala.
-“Inspector me acaba de llegar el informe de las huellas de la casa de la ermita. Las huellas
corresponden a Natalia Zaldívar, María Espiga, Alberto Espiga, Eduardo Fernández y Ricardo
Armas. Eduardo y Alberto están muertos. Alberto era el hermano de María, es el cuerpo
encontrado medio calcinado detrás de la ermita. Eduardo murió a causa de la explosión del bar
del pueblo.”- Dijo Pelé.
-“ ¿ Y María, Ricardo y Natalia?.”- Preguntó Aniceto.
-“ No lo sé, supongo que en sus casas. Son amigos de toda la vida entre sí.”- Dijo Pelé.
-“ De una orden ahora mismo de búsqueda y arresto de estos 3 individuos. Pero ya!!!.”- Dijo
Aniceto.

El agente Pelé desapareció a todo correr de la habitación del cuartel, dejando al Inspector
Aniceto otra vez solo con sus pensamientos. Entonces Aniceto se levantó y cruzo el umbral de
la puerta de la sala. Cruzó el ancho y largo pasillo y subió al piso de arriba. Entró en la habitación
de Melé y se puso a buscar entre sus cosas. Abrió armarios, vacío cajones, abrió su maleta, y
justo cuando iba a abrir el primer cajón de la pequeña mesilla de noche que había junto a la
cama un guardia civil entró en la pequeña habitación.
-“Inspector Aniceto, será mejor que baje, creo que es importante.”- Dijo El guardia civil.
Aniceto resoplando soltó el pomo del cajón e irguiéndose siguió al guardia civil hasta la planta
baja. En la entrada al cuartel había 3 matrimonios muy nerviosos y asustados, a uno de ellos los
conocía, eran los padres de Alberto.
Los matrimonios venían a denunciar la desaparición de María, Richi y Natalia.

Y esa mañana volvió a sonar a todo trapo en el subterráneo la canción de “la culebra”, después
“Barrio Sésamo” y el Fary. Natalia se levantó de su cama con la primera canción. Y vio que Richi
aún seguía durmiendo. Natalia salió de la habitación y en la mesa al lado de un fregadero estaban
las dos bandejas que dejaban todas las mañanas. Era las nueve de la mañana y Natalia se sentó
al lado de una de las bandejas metálicas y empezó a desayunar. Todas las mañanas les iban a
despertar a las nueve en punto, e iban a tener preparado su desayuno en las mesas. Richi salió
de su habitación ya con el mono de trabajo puesto.
-“ Buenos días señorita Natalia.”- Dijo Richi.
-“ Otro gran día para cocinar haricotiza.”- Dijo Natalia apenada.
-“La gran Nety presa de su propia trampa y sustancia. La gran narcotraficante.”- Dijo Richi burlón.
-“ Cállate imbécil, yo por lo menos soy famosa.”- Dijo Natalia.
Los dos terminaron de desayunar. Con sus monos de trabajo equipados y sus guantes se
pusieron a manipular la harina, la tiza y el cola cao para hacer más haricotiza. No sabían de
donde les traían los materiales, pero tenían mucha harina, mucho cola cao y mucha tiza, siempre
de la mejor calidad y suficiente para producir las cantidades que Carlos Estévez les pedía. Estaba
claro que Hermanos Cerdo tenía muy buenos proveedores y de cualquier tipo. Nadie
sospecharía nunca de una empresa con ganado que compraba grandes cantidades de harina, la
tapadera era perfecta. Entonces el teléfono que había colgado junto a la pared de acceso a la
planta baja sonó. Richi se acercó y lo descolgó.
-“ Buenos días Tordo.”- Dijo el interlocutor.
-“ ¿ Qué quieres?.”- Dijo Richi.
-“ Buen trabajo el de ayer. 200 kilogramos producidos y distribuidos por toda España. Creo que
tendréis hoy chuletón para comer.”- Dijo Carlos Estévez.
-“Si nos sueltas creo que podríamos ser buenos socios.”- Dijo Richi.
-“Déjate de chorradas, no pienso soltar a la gallina de los huevos de oro. Me da igual como
cojones mezcláis estas sustancias tan anodinas para fabricar esta droga tan estupenda, pero sois
los mejores. Así que hoy quiero 500 kilogramos listos para distribuir al amanecer. Vamos a enviar
parte a Inglaterra, y después a Europa. Así que poneros a trabajar.”- Dijo Carlos Estévez.
Carlos colgó el telefonillo y después Richi. Se volvió a Natalia y dijo:
-“ Bueno querida Nety, manos a la obra. Carlos ha dicho que tenemos que aumentar la
fabricación.”- Dijo Richi.
-“ Más?, Cuanto?.”- Preguntó Natalia.
-“ Más del doble.”- Dijo Richi.
Y entonces se acercó a Natalia y ambos se pusieron manos a la obra. Estuvieron trabajando toda
la mañana hasta la hora de comer. A la hora de comer un trabajador de Hermanos Cerdo abrió
la puerta del laboratorio y les bajo un par de bandejas con la comida. En ellas había un plato de
sopa, un gran chuletón y fruta de postre. El agua lo tenían que coger Natalia y Richi de los grifos
del laboratorio. Les supo la comida a gloria. Después de una pequeña siesta siguieron trabajando
hasta media tarde. Metieron todo el material al gran horno industrial y una vez cocido lo
empaquetaron tal y como Carlos Estévez les había dicho. Una vez con los 500 kilogramos de
Haricotiza empaquetados y listos para el transporte, Richi y Natalia los pusieron en el
montacargas industrial que poseía el laboratorio subterráneo. Después de cerrar la puerta, la
droga se elevó hasta la planta baja del complejo Hermanos Cerdo. La jornada laboral de Richi y
Natalia había acabado. Esa tarde Richi se aburrió mucho, pues no podía beber vino.
Natalia y Richi ignoraban lo que pasaba con la Haricotiza una vez introducida en el montacargas
y elevada, eso les daba igual. Ellos hacían su trabajo y conseguían mantener un día más con vida
sus cuerpos.

La puerta superior del montacargas daba a la pared posterior del edificio de cuadras de cerdos
donde estaba el laboratorio subterráneo. Cuando la Haricotiza subía por el montacargas, varios
trabajadores acercaban un par de furgonetas-camiones-frigoríficos a dicha puerta. Una vez que
la Haricotiza había subido, abrían la puerta del montacargas, sacaban los paquetes con la
sustancia y los metían en los camiones de reparto. La Haricotiza iba camuflada dentro de cerdos
muertos, embutido y cerdos despiezados cuyo final era una carnicería, o eso era lo que querían
que pareciese. En realidad con esos camiones, la empresa tapadera Hermanos Cerdo, realizaba
una entrega de Haricotiza a nivel nacional con la más absoluta impunidad, la tapadera era
perfecta. Carlos Estévez había visto que el negocio funcionaba a la perfección y ya habían puesto
su red a trabajar para poder exportar, a partir de mañana, a Portugal y Gran Bretaña. Después
de esto, se harían con el comercio de toda Europa. Crearían un imperio de la Haricotiza a nivel
mundial y todo gracias a los chavales que tenían trabajando como esclavos en el complejo.
Las furgonetas fueron cargadas con la sustancia y salieron del complejo por la puerta principal.
Ambas salieron a la carretera y pasando por el cuartel de la Guardia Civil, cruzaron el pueblo. Se
adentraron en la carretera comarcal y de ahí a la nacional. Después a la altura de Nájera ambas
furgonetas se pitaron y tomaron caminos diferentes. Una de ellas iba a pasar por numerosos
controles antidrogas, pues iba a cruzar el charco con destino a Gran Bretaña. El conductor estaba
tranquilo, era imposible que le pillasen, la Haricotiza era una droga demasiado nueva como para
que los perros pudiesen detectarla. Es más, posiblemente la Haricotiza aún no estuviese
catalogada como droga legalmente. Todo eran ventajas para ese negocio. El conductor de origen
brasileño se puso su gorra favorita y subió el volumen de la radio del camión. Se relajó y puso
rumbo al puerto de Bilbao. Le esperaba un largo viaje.

María se despertó dentro de la caseta de aperos de la hortaliza. La caseta era pequeña, no más
de dos metros cuadrados de superficie. Estaba construida con paramentos realizados con palés
de madera y como tejado tenia puesto una lámina de onduline, sujetada con grandes piedras
desde el exterior. Las piedras evitaban que el tejado se volase por la acción del viento. María
tenía todo el cuerpo agarrotado, la caseta estaba forrada por el interior con plásticos. María
miro por una de las rajas que había en el plástico y hecho un vistazo al exterior, no había nadie.
Salió de la caseta, enfrente tenía la huerta del propietario de la parcela. A la derecha de la
hortaliza estaba el camino por donde había venido el día anterior. Había dormido poco, las
constantes pesadillas provocadas por el consumo de la Haricotiza no le dejaban muchas horas
de sueño tranquilo y reconfortante. Se acercó a la huerta y cogió manzanas, peras, naranjas,
fresas, uvas. Cogió todo lo que pudo y entro de nuevo en la caseta, tenía un hambre voraz. María
comió todo lo que pudo y metió varias cosas en la mochila, de momento había saciado su
hambre. De repente se oyó un ruido de motor, María se quedó muy quieta dentro de la caseta,
y por las rajas pudo ver el vehículo blanco que pasaba por el camino. El vehículo era una pequeña
furgoneta blanca con el emblema de la empresa Hermanos Cerdo, avanzaba lentamente por el
camino y los dos ocupantes miraban a ambos lados del vehículo, como si estuviesen buscando
algo. La furgoneta siguió su camino y desapareció despacio.

-“Que raro, que estarán buscando estos. Seguro que se les ha escapado algún animal.”- Pensó
María.
Su cuerpo empezó a hacer la digestión y María volvió a dormirse.


El reloj del coche marcaba las 9:46 horas de la tarde. Mohamed se montó dentro de su Mercedes
y se puso el cinturón. Miro el reloj y vio que llegaba con tiempo a trabajar. Solo tenía que cruzar
Nájera desde la zona y subir hasta la fábrica de harina donde trabajaba. A Mohamed le
encantaba ese trabajo, era feliz. Además gracias a un compañero había podido sacarse un dinero
extra, lástima que el compañero hubiese muerto y el chollo se hubiese acabado. Arrancó el
coche y subió el volumen de la radio mientras cruzaba el puente de piedra de Nájera y pasaba
por delante del Royalty II y de la estación de autobuses. Pasó junto al paseo y tomo la subida
hacia arriba. No tardó en llegar al semáforo, estaba en rojo. A esas horas no había ningún coche,
Mohamed dudo hasta en saltárselo. De repente vio por el retrovisor un todoterreno negro que
se le acercaba por detrás a toda velocidad. El todoterreno dio un volantuzo brusco justo cuando
Mohamed pensó que le iba a embestirle por detrás. El todoterreno pego un frenazo y se quedó
a la izquierda del Mercedes de Mohamed. Los dos coches se quedaron pareados. Mohamed giró
su cabeza hacia la izquierda y vio como la ventanilla del otro coche se bajaba. Una persona con
un pasamontañas en la cabeza estaba sentada en el asiento del copiloto del vehículo oscuro.
Entonces todo paso muy rápido, el copiloto sacó un arma de la guantera del vehículo, apuntó y
disparo a Mohamed a través del cristal del mercedes. 6 disparos a bocajarro acabaron con la
vida de Mohamed, que no pudo llegar a su trabajo esa noche. Después el todoterreno acelero
de repente y salió disparado, perdiéndose en la noche.
Xenia Panchitez volvió a dejar la pistola aún caliente en la guantera y se quitó el pasamontañas,
ya no había cabos sueltos.
El semáforo de Nájera se puso en verde.

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